Llega un hombre a la playa. Va vestido con bermudas y camiseta, ambas de colores fuertes y alegres. Lleva un sombrero blanco con alas amplias. Porta una sombrilla, una silla y una bolsa de playa. Tras buscar un lugar a su gusto, instala la sombrilla y coloca debajo la silla abierta. De la bolsa saca una toalla y la extiende fuera de la sombra. Sin desvestirse, se queda en pie, de espaldas a sus pertenencias y contemplando el mar y la playa. Al cabo de unos segundos se pone a hacer flexiones y estiramientos, de forma muy poco flexible y gimnástica. Al tiempo, habla)
Hombre.– ¡Va a hacer un día espléndido! No me negarás ahora que ha sido una estupenda idea venir tan temprano. No hay ni un alma… ni siquiera ha llegado el socorrista. Sólo están las gaviotas y nosotros… ¿no tienes la sensación de ser el propietario de toda esta belleza que nos rodea?… ¿No dices nada?... ¡Ah! Ya sé lo que te preocupa: la bandera ¿verdad? Con este tiempo lo más seguro es que la pongan negra. En el hotel he oído que llevan una semana con bandera negra; y los turistas están que trinan con la prohibición de bañarse… aunque a ti eso de trinar te coge un poco a desala ¿verdad?... ¿Tampoco dices nada? Estás muy callado esta mañana. Era una broma, ya sabes: “desmano… desala”, ¿comprendes? Un juego de palabras... ¡Oh, perdona! ¡Cómo se me ha podido olvidar…! De verdad, lo siento, ya voy, ya voy, no te preocupes, ya voy…
(El hombre se acerca a la bolsa y saca un flotador deshinchado. Se lo lleva a los labios y sopla con energía. Cuando lo hincha, lo posa encima de la toalla: es un flotador en forma de pato y de color amarillo)
Hombre.– Así esta mejor… No sé cómo… Habrá sido la excitación del primer día de playa. No estarás enfadado ¿eh?... eres estupendo… La verdad, eres un amigo como pocos… ¿Qué, no te lo decía? ¿A que hace un día magnífico? El cielo sin una nube, la mar como un plato, ni rastro de viento… un verdadero día de verano y playa, sí señor. No hay nada como los verdaderos días de playa, tienen un algo de indudable, en sus auténticas maneras. Ya sé que he sido redundante, pero me encanta ser redundante en un auténtico, indudable y verdadero día de playa. Me concederás estas pequeñas debilidades retóricas, ¿verdad? Sé que no son de tu agrado, pero de vez en cuando debemos ceder en el rigor lingüístico, para recuperar el alma de gacela de las palabras… ¡Eh! ¿Has oído?: el alma de gacela de las palabras. Es bueno, ¿no crees? Lo tengo que apuntar. Recuérdamelo para que no se me olvide... ¿Cómo?... De acuerdo, Cuá, de acuerdo. Tú eres un pato francés y, como buen francés, tienes una mente cartesiana y prefieres el concepto al símbolo, lo general a lo particular, la palabra clara y precisa a la ambigua y polisémica. En definitiva, sabes descender a las partes por medio del análisis, para luego elevarte al todo a través de la síntesis. Reconozco que toda metáfora, por reveladora que sea, embellece lo sugerido y por tanto lo deforma. Si, Cuá, sí, tienes razón: la metáfora ilumina pero, debido a su propio brillo, deslumbra y ciega. Pero ¿qué quieres que yo le haga? Mi pensamiento es más analógico que lógico, y si veo una nube con formas que recuerden, por lejanamente que sea, a la anatomía humana, soy incapaz de pensar en los efectos de la evaporación y la condensación o en el movimiento caótico de las moléculas de agua; por el contrario y de forma inevitable, mi mente se desliza por el juego de las semejanzas y comienzo a imaginar al ser humano llevado de aquí para allá por el viento irresistible del destino o la necesidad. De ahí a hablar de gacelas o a caer en la cursilería de calificar la lluvia como el llanto de la humanidad no hay nada más que un paso. Trato de no darlo, pero cierto es que aunque no lo dé, el camino está abierto para darlo. Soy así, Cuá, ¿para qué negarlo? Mi forma de pensar es vaga, juguetona, veleta, saltimbanqui, prestidigitadora, estética… afirmo que lo más profundo es la piel sólo para no reconocer lo superficial de mi mirada. Soy como aquel que queriendo resumir la belleza inefable de un paisaje: ríos, montañas, bosques y praderas, se limita a recoger un colorido y fragante ramo de flores silvestres. Se cree poeta por ello, pero no es siquiera abeja que recolectara polen, es avispa solitaria y estéril, menos aún, es… ¿Cómo dices?... Tienes razón, Cuá, de nuevo tienes razón. Me vuelvo a dejar llevar por las metáforas. Se cree poeta, pero simplemente es un hijo del asfalto que, cuando vuelva a casa, dejará olvidado el ramo de flores silvestres encima del salpicadero de su cuatro por cuatro. Te envidio, Cuá, envidio tu lucidez, tu inteligencia, tu palabra clara y precisa, tu negación sin concesiones de la retórica y la poética. Pero yo no soy así, Cuá, a ti te gusta llamar a las cosas por su nombre, a mi poner motes y diminutivos ¿Qué hay de malo en ello? Después de todo lo del alma de gacela de las palabras no hace daño a nadie. Además es bonito… Tengo que apuntarlo ¿Me lo recordarás cuando lleguemos al hotel?... De acuerdo, Cuá, de acuerdo. De lo que hay que acordarse es de otras cosas. Pero uno no puede estar toda la vida acordándose de esas cosas… ¡Touché, Cuá, touché! Tienes razón, si hay bandera negra seguro que lo vemos y no tendremos necesidad de recordar nada, pero reconóceme al menos que mientras tanto… ¡Mira! Ahí llega el socorrista, ¿lo ves? Ahora sabremos que bandera pone… ¿una apuesta? No sé, no sé, me temo que la cosa está cantada y que ni el mismísimo Pascal apostaría en contra… A ver, a ver… justo: bandera negra. Mi querido Cuá, nuestro gozo en un pozo. Creo que nos tendremos que conformar con meter los pies en el agua. A ti hasta cierto punto te da igual ¿no? En la misma orilla te cubre… ¡Vale, vale! Ha sido un rasgo de humor negro inconveniente y más en este caso, pero… ¿Irnos? Pero ¿por qué, Cuá?... De acuerdo, de acuerdo, no quieres ser hipócrita, no quieres seguir el juego al sistema, quieres protestar, manifestar tu repulsa. De acuerdo. Pero ¿qué conseguiríamos con irnos? ¿Mejoraría en algo su suerte? ¿Dejaría de pasar? No, Cuá, no: todo seguiría exactamente igual… Ya, ya, por algo se empieza, pero ¿por qué tenemos que empezar nosotros?, ¿y por qué hoy y no mañana… o pasado mañana? Es nuestro primer día de vacaciones, Cuá, debes comprenderlo. Hemos estado todo el año trabajando como burros y creo que nos merecemos disfrutar un poco. Digas lo que digas no vamos a hacerlos ningún mal quedándonos, ni ningún bien yéndonos… Eres un jacobino, Cuá, eso es lo que te pasa. Como buen francés eres un completo jacobino. ¿Te crees que a mi no me indigna? ¡Claro que me indigna! Pero, de verdad, el que nos vayamos no va a servir para nada… ¿Sabes? Se me ocurre una cosa, ¿Qué tal si te leo un poco de tu libro favorito? Así uniremos lo lúdico con lo serio, y el placer no adormecerá nuestras conciencias. Es una idea estupenda, ¿no te parece? Lo tengo en la bolsa, para que luego digas que nunca pienso en ti… Aquí está: “El Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte”… La verdad, Cuá, no sé como te pueden gustar estas cosas. Ya sé que es un libro sobre La France y Bonaparte, y para un francés La France es La France, y Bonaparte es Bonaparte aunque sea Luis y no Napoleón; pero lo ha escrito un alemán, Cuá, y los alemanes casi siempre son demasiado alemanes, sobre todo cuando todavía no eran alemanes y escribían sobre Francia. ¿No preferirías El Principito? El autor era francés y volaba como tú… ¡No seas grosero, Cuá!, ¡haz el favor de no hacer esos ruidos tan… tan escatológicos!... Bueno, te leeré un poco del bromuro este, a ver si dejas de protestar por todo.
(El hombre se pone a leer)
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”… (Deja de leer) ¿Qué?... ¿Otra vez? ¡Ya van dos! Mira que eres cabezota. Ya te he dicho que nos vayamos o nos quedemos todo seguirá igual. Además, si nosotros nos vamos ¿dejaría por ello de venir la gente? No, Cuá, no, la gente vendrá igual… Fíjate, ya está llegando… y en masa… ¿Cómo?... Lo sé, lo sé: detestas la masa, las procesiones, el individuo posesivo; lo tuyo es el citoyen cantando a pleno pulmón la Marsellesa. Pero, mi querido Cúa, uno no puede ser todo el rato citoyen, ni estar entonando Les Enfants de la Patrie a todas horas. Reconócelo, sería agotador. Uno necesita quitarse el traje tricolor y vestir con los propios colores de vez en cuando, ser uno mismo, vamos… Ya, ya… te entiendo, te entiendo y no te quito la razón del todo. Es cierto que ese uno del que hablo en muchos casos no es más que una fotocopia de otros muchos, y los propios colores no son más que una estrecha gama del gris dominante… en definitiva, la masa que detestas. Pero eso no niega que en otras muchas ocasiones ese uno sea la manifestación legítima de la subjetividad de cada cual, del propio carácter y personalidad, de nuestras únicas e irrepetibles conexiones neuronales y anatomía cerebral… ¿Eh?... Eso ya no, Cuá, eso ya no. Tú serás muy sans coulotte, pero como buen francés detrás de tu radicalismo republicano se esconde el aristócrata borbónico. No está bien que para defender tus ideas sobre la plebe, te metas con esas señoras gordas y esos señores barrigudos. Cierto que lo llenan todo de hamacas, sombrillas, bolsas y olor a crema; cierto que no paran de dar voces y ponen la radio excesivamente alta; cierto que sacuden las toallas como si estuviesen en la ventana de su casa; cierto que desde un particular punto de vista estético quedan un tanto ridículos las unas en bikini y los otros en bañador… Cierto, de acuerdo, todo eso es cierto. Pero tú mejor que nadie deberías saber que la bulimia es un problema de salud y no un motivo de censura o mofa. Además, también tienen derecho a estar aquí. ¿Acaso no fuisteis vosotros los que proclamasteis les droits de l’homme et du citoyen? ¿Acaso no guillotinasteis a un rey para que esas señoras gordas y esos señores barrigudos fuesen pueblo soberano, cuerpo electoral y pudiesen ir de vacaciones una vez al año para disfrutar del sol, del mar y de los granos de arena en la tortilla de patatas y los filetes empanados? ¿Acaso…? ... Perdona, Cuá, perdona… Me he puesto vehemente y un tanto agresivo contigo, pero a veces esa manía tuya de tomar la Bastilla a cada poco me da como puntadas en las entretelas y no puedo evitar saltar y amotinarme. Lo siento, de verdad, lo siento… Además, mira: ya está la playa hasta la bandera. ¿Te das cuenta? Venga a hablar y a hablar ¿y hemos arreglado algo?: no; ¿y hemos disfrutado de tener la playa para nosotros solos?: tampoco. ¿Ves como no se gana nada discutiendo? Cada cosa tiene su momento, Cuá, y hay un momento para cada cosa. Y la vida esta llena de cosas y de momentos. Pero las cosas y los momentos sólo existen en el presente; es más, sólo existe el presente y todos debemos aprender a ser y estar en el presente y no perdernos con pasados, futuros o problemas como los de la bandera negra cuya solución se escapa, si no a nuestra mirada, sí a nuestras manos. Es nuestro propio yo y los seres queridos el verdadero territorio de nuestra… ¿Cómo?... sin embargo… espera… sí, sí… no, no… pero Cuá… pero, pero… ¡Touché, Cuá, touché!... Tienes razón. No había caído. Me rindo. Aunque me rindo sólo en ese aspecto que apuntas. En el resto… que sí, que sí… que en eso tienes razón: es una nueva muestra de lo que me pasa… o de lo que soy, que al fin y al cabo viene a ser lo mismo: no me doy cuenta de esos pequeños detalles… Sí, sí, sí; ya sé que no son pequeños detalles. En realidad, los pequeños detalles son de los que yo hablo. Yo me pierdo en lo accesorio, mientras tú sabes ir al corazón de lo esencial. Es lo malo de vivir en el mundo de las ideas… de las ideas vaporosas, claro, porque tú sabes vivir en el mundo más real de las ideas afiladas. Yo no. Quizás sea por mi carácter, por mi educación o porque, sencillamente, soy un hombre blanco de clase media y tú un pato amarillo de todo a cien made in France… quizás, no sé. El caso es que es así y no puedo cambiarlo… o no quiero… o no sabría cómo… o, simplemente, me dejo llevar porque, en el fondo, la corriente general es cálida o al menos tibia y afuera hace frío, mucho frío… Sea como fuere, te reconozco que esta manera mía de ser y estar en el mundo tiene mucho que ver con el embalaje… Sí, sí, con el embalaje. ¿Te sorprende el símil?... ¿No?... ¿Te irrita?... Me lo suponía, pero ya sabes de mi querencia por las figuras retóricas: hablar es fácil y hablar pintando las palabras mancha las manos pero sólo con pintura, y el mercado está lleno de pinturas que se quitan con agua y que no necesitan disolventes que, quieras o no, siempre dejan mal olor… Pero si, por un momento, reprimes tu justa irritación, te diré que con el símil del embalaje me quería referir a que mis ideas vaporosas son como una caja de madera, con un cartel de frágil en el exterior y repleta de paja, algodones y poliuretano en el interior; caja en la que voy metido y en la cual viajo por la vida. Irá en los hombros de otros, recibirá golpes, quizás a veces se pierda en una cinta sin fin o se quede olvidada en algún almacén, pero yo, allí dentro, como si tal cosa: encogido, arrugado, claustrofóbico, pero como si tal cosa… ¿Comodidad, hipocresía, cobardía?, lo que tú quieras, pero no doy para más. Claro que a ti todo esto te sonará a disculpas, y me repetirás que quien tiene suerte soy yo y no tú, por muy pato y francés que seas o, mejor dicho, por ser tú pato y francés. Pero ya te he reconocido que los pequeños detalles, que en realidad son grandes y no detalles, se me escapan y no había caído en lo que dices. Pero Cuá, de verdad y en mi descargo, nunca se me había ocurrido que siendo como eres de plástico por fuera y de aire por dentro pudiesen utilizarte para… aunque, claro, he de reconocer que, tratándose de la patria de la liberté, la igualité y la fraternité, todo es posible… ¿Eh?... Ya, ya… No lo niego… Por supuesto, por supuesto… ¡Touché, Cuá, de nuevo touché! Te doy toda la razón. Pero escúchame un momento. No quiero establecer una competencia contigo sobre quién de los dos es el más desgraciado; pero tú también debes reconocer que mi vida no es para tirar cohetes. He llegado a la mitad de mi existencia, Cuá. El tiempo ha pasado casi sin sentirlo, y el que me resta pasará con la misma inútil fugacidad. Soy una mota de polvo en un universo frío, indiferente, ilimitado, expansivo, inflacionario; una mota de polvo nacida de los gradientes de energía y sometida a la segunda ley de la termodinámica; una mota de polvo que siempre se ha sentido mota de polvo, que continúa sintiéndose mota de polvo y que morirá sintiéndose mota de polvo. Y todos estos años sólo me han servido para darme cuenta de una cosa: me han engañado. Así de simple, Cuá: me han engañado, desde pequeño me han engañado... ¡No, no!... Espera… Escucha un momento… No te voy a soltar el rollo de la infancia. Ya sé que soy mayor y he tenido tiempo de superar los traumas infantiles. Pero es que tú no lo entiendes del todo. Lo sabes por los libros, pero no por la experiencia. Tú nunca has sido niño, Cua, tú siempre has sido un pato amarillo, francés y maduro, y no sabes lo que es realmente la infancia. De verdad te lo digo, Cuá, no tienes idea de lo que significa ser niño. Porque todas esas historias del paraíso de la infancia no son más que espejismos de la memoria, necesidad de embellecer con tules una piel arrancada a tiras, vapores aromáticos para hacernos olvidar el planchado de nuestro cerebro. No, no exagero: digo la pura y dura verdad. Estoy convencido de que el ser humano sería mucho más feliz si no tuviera infancia, si nunca hubiese sido niño, si como tú naciese ya mayor, hecho y derecho. Sí, Cuá, sí; todos los males del ser humano nacen de haber sido niños y de haber estado durante años bajo el poder de unos mayores, que a su vez fueron niños en manos de otros mayores, que también fueron niños sometidos a otros mayores y así sucesivamente, generación tras generación, hasta el mismísimo australopitecos. ¿Comprendes, Cuá? Me engañó mi madre, me engañó mi padre, me engañaron mis maestros, mis maestras ¡todos me engañaron! Cuentos sobre cuentos, mentiras sobre mentiras: una montaña de cuentos, una cordillera de mentiras. El mundo no es como me hicieron creer, ni como me dejaron imaginar: ni yo iba a ser ese yo que me auguraron, ni el otro iba a ser ese otro que me prometieron, ni las cosas iban a ser esas cosas que me aseguraron. No, Cuá no, el mundo no iba a ser así, no podía ser así, porque el mundo no es así. El mundo es una interminable cadena de falsedades de la que estamos presos, un contrato leonino, una cruel y hedionda estafa o, como tú dices: una inmensa granja donde nos hinchan el hígado para hacer de nuestra vida foie-gras… ¿Cómo?... ¡De acuerdo, de acuerdo! No es lo mismo: yo soy un hombre blanco de clase media y tú, aunque amarillo y de plástico, eres un pato francés… ¡Lo sé! ¡Lo sé! No caigo en los pequeños detalles que en realidad son grandes: en tu caso el hígado y el foie-gras son reales, en el mío sólo metafóricos, pero ya conoces mi querencia por símiles y metáforas… ¡Que sí! ¡Que sí! ¡Tienes toda la razón!, pero ¿qué quieres que le haga?, ¿qué quieres que te diga? Las cosas son así, Cuá: je suis desolé, mais vous n’ avez pas la priorité…
(El hombre de pronto se sobresalta y mira a su rededor)
Hombre.–Pero… ¿Qué pasa?... ¿Qué es ese barullo?... El silbato del socorrista… todos corren a la orilla… señalan el mar… ¿Será?... Sí, sí, debe ser, seguro que es… pero no puedo verlo bien… no me deja todo ese gentío en la orilla… Espera, te subo y tú con tu vista de pájaro seguro que puedes…
(El hombre coge al pato y lo eleva sobre sí con los brazos en alto)
Hombre.– ¿Qué, ves algo?... dime, Cuá, ¿qué ves?... ¿Una?... ¿sólo una?... Vale, vale, sólo una… ¿está muy lejos?... ¡Quinientos metros! ¡Diablos eso es muy cerca!... ¿Cuántos van?... ¡Cincuenta y cinco!, ¡hasta los topes!... ¿Cómo?... ¡Treinta hombres!... ¡Diez mujeres!... ¡¿Qué?!... ¡Tres embarazadas!, ¡rayos, qué vista tienes!… ¿También niños?... diez niños… ¡Qué dices!, ¿tres bebés?, ¿estás seguro?... Vale, vale… ¡¿Muertos?!... ¡Cinco muertos!... ¿Que va a zozobrar?, por favor Cuá, no seas agorero… ¿Un veinte por ciento de probabilidades de arribo? ¿Estás seguro, Cuá?... Bueno, bueno, no te pongas así, ya sé que eres ave acuática y sobre esto sabes más que yo, pero… ¿cómo?... ¿está derivando?... ¡Una corriente!, ¿hacia dónde?... ¡La playa de los ingleses!... Eso está detrás de aquel cabo… ¿Llegarán?... ¿sólo un diez por ciento?, desde luego Cuá eres la voz de la esperanza… ¿La pierdes de vista?.. ¿Ya ha doblado el cabo?... ¿Sí?... Ojalá tengan suerte, la playa de los ingleses está más recogida que ésta y… ¿Cómo?... Vale, vale, ya te bajo… No tienes porqué enfadarte, yo no tengo la culpa…
(El hombre baja al pato y lo posa en la toalla. Mira de nuevo al mar y a la playa)
Hombre.– ¡Mira, Cuá!, ¡el socorrista! ¿Irá?... Sí, sí, parece que va… ¡espera! … se para… habla con alguien… señala… hace gestos… sigue hablando… asiente… asienten los dos… Sí, sí, ¡va!... se acerca… ya llega… sube la escalera… la va a cambiar, Cuá, la va a cambiar… ¿cuál pondrá?... espera, espera… ya la iza… es… es… es… ¡es verde, Cuá, es verde!... ¿Oyes?... ¡Vaya griterío!, ¡vaya risas!... La gente señala la bandera y salta y se abraza y grita y ríe… ¡Mira, mira! Todos corren a coger los balones, los paipos, las gafas, las aletas… Sí, sí… Ahora van en masa a la orilla, se meten en el agua, chapucean, se salpican, se zambullen, nadan… y ríen y gritan… y gritan y ríen… Y luce el sol; y no hay viento; y no hay nubes; y el mar está como un plato; y es verde, verde, verde… Pourquoi, Cua… pourquoi?!
Ramón