Quería ser un zorro justiciero, un batman, cualquier superhéroe al uso. Con antifaz. Las lecturas de su infancia se le habían quedado de alguna manera tatuadas en el entramado de su ser. Y una vez adulto no había podido deshacerse de las injusticias que sin pretender le habían impregnado la piel. De tal forma, que se sentía pegajoso, como sucio, incómodo. No podía ausentarse del dolor ajeno que se hacía propio en el momento de acariciarse. Sí, acariciarse. Por rara que suene esa situación. Harry era un hombre. Eso creía. Y un hombre no puede deshacerse sin más de ser hombre -pensaba. Los hay que optan por disfrazarse de gusanos, serpientes, ratas o palomas. Pero él creía que el planeta precisaba un superhéroe con alma. Y Harry quería seguir viviendo. Y quería conocer a las siguientes generaciones. Pero un día se suicidó. Por qué, no lo sabe nadie, ni sus más allegados. No dejó la típica carta aclaratoria y que de paso pide perdón a todos y les excusa de cualquier sentimiento de culpa. Simplemente se suicidó sin dar explicaciones. Su familia, respetuosa con las propias decisiones, aceptó el hecho y no se habló más del asunto. No pasó como con el caso de Enri, en el que nadie acudió a su entierro, estaban todos enfadadísimos con la decisión que tomó, de nada sirvió la carta póstuma que recibieron con matasellos del día de autos. Su conservadora familia no consideraba que la angustia vital fuese motivo suficiente. ¡Bobadas! –decían. Nunca le perdonaron. Claro que Melisa lo hizo mejor. Su afición a la colombofilia le dio un toque de romanticismo a su pérdida que no pudieron pasar por alto. Cuando la descubrió su padre colgada de la viga maestra del zaguán, tenía posada en el hombro una hermosa paloma con una misiva en su pico, la paloma lejos de asustarse con los gritos del hombre, voló, se posó en su hombro y como arrullándole, hinchó el pecho, batió sus alas y dejó caer la nota en sus manos. Ese acto, por hermoso, dio la vuelta al mundo. Y entre unos y otros, hay casos intermedios. Hermi tuvo dividida a la familia durante años. Su afición por lo nipón le hizo acumular una cantidad considerable de todo tipo de sables, catanas y demás espadas orientales. Hermi tenía un carácter claroscuro, ensimismado, como entretenido en pensares que nunca decía. Sus padres no se atrevían a interceptarlo por miedo a que se molestara y les dejase de querer, o algo así le confesaron a la policía cuando hicieron las pesquisas propias del hecho. Lo cierto es que se hizo el haraquiri en la misma bañera. Y la madre, viendo que no salía del baño, ese día se armó de valor y se atrevió a interceptarlo, pero fue tarde, los azulejos rojos fueron la nota que les comunicaba que los quería. Así lo dijeron a la policía. Pero no así los hermanos, de ahí la división de opiniones en el seno familiar. Al cabo del tiempo decidieron entre todos que los quiso mientras vivió. Y es que es difícil enfrentarse a casos tan poco naturales, tanto casi como olvidarse de los superhéroes de la infancia. El forense, el policía y todo el personal implicado en un asunto de esa naturaleza, acaban por acostumbrarse por un efecto multiplicativo, pero no así el que lo vive como caso único, esporádico, inesperado o aunque sospechado, imprevisible. A veces, uno en principio no se atreve ni a llorar, como le ocurrió al novio de Selena. Cuando llamó a su puerta aquella tarde, le abrió la ausencia. Traspasó el umbral como el hombre invisible y atravesó las paredes hasta su dormitorio donde contempló a una bella durmiente. Aún sobre la mesita había unos tubos vacíos y en el suelo esparcidas algunas pastillas de colores. El novio no se atrevió a llorar por temor a despertarla con sus gemidos y porque desconocía si debía sentir pena ante lo que era una resolución de su amada. La misma contrariedad lo hizo visible y fue cuando empezaron a abrazarle miembro a miembro a su casi pariente político vertiendo en su cara y su ropa lágrimas que por no ser suyas resbalaban por su cuerpo sin mojarle siquiera. En ese momento no lloró por no ofenderla porque la amaba. Pero no hubo boda. Enseguida todos los miembros ante ese hecho le hicieron invisible de nuevo y él atravesó las paredes hasta salir fuera. Al cabo de unos meses un día, visible, se puso a llorar y no puedo decir hasta cuando porque las lágrimas le hicieron, de nuevo, invisible. Sin embargo, más o menos pasados tres meses encontraron a un tipo con una capa similar a la de superman incrustado en la acera, que resultó ser él según contrastaron las huellas digitales. Lo qué es la vida -comentó alguno de los funcionarios. No hay duda de que esto se contagia, es como pegajoso –concluyó. Pero su madre no le oyó porque se afanaba en quitarle esa capa que consideraba ridícula. ¿Adónde pretendía volar? –se preguntó. Otras veces no hay lugar para las pesquisas, son los casos químicos. Pero lo de Harry fue diferente. Después de acariciarse, como dije, sintió que la mano como untada de una brea le impedía separarla de su piel y decidió protestar. Desempolvó su traje de spiderman y con la intención de desplegar una pancarta contra lo insalubre que provocaba tal pringue pegajosa decidió escalar a lo alto de un rascacielos. La seda de sus manos perdió consistencia, la tela de araña se deshacía a medida que subía y a pesar de su traje de superhéroe nada pudo hacer y cayó al vacío. El forense y las autoridades implicadas en este tipo de asuntos consideraron que el hecho fue un suicidio. La pancarta se la llevó el viento y la encontraron varias yardas más allá de espaldas a una pared, por lo que decidieron que nada tenía que ver en el asunto. No dejó ninguna carta. Y su familia aceptó el hecho sin más y procedió a enterrarle con honores de héroe. Sin antifaz.
Mamen
LO NUEVO SI VIEJO, DOS VECES VIEJO
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Hace 9 años
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