Les molestaban un montón. Sobre todo a mamá, al vecino del quinto B, al del cuarto A, al del segundo B y a los hermanos del primero A y B. Por lo menos eran los que ponían peores caras y soltaban palabrotas más gordas. Bueno, mi mamá no decía palabrotas pero miraba al techo con miradas de esas de rayos láser que hacen todo polvo, muy parecidas a las que lanzaba a mi hermana cuando llegaba tarde. Luisa, mi hermana, es mucho mayor que yo y se ha ido de casa hace un año. La echo de menos. Es muy alegre y toca la guitarra y canta muy bien. Me llevaba al parque y, mientras ella charlaba con un sus amigos y amigas, yo comía pipas o hacía dibujos en varas de avellano con una navaja que me dejaban. Me gustaba mucho hacer dibujos como los de los indios en las varas de avellano. Ahora ya no los hago porque mi hermana se ha ido, no me lleva al parque y, claro, ya no me deja nadie una navaja. La verdad es que me salían unos bastones de mando muy bonitos. La mayoría se los regalaba a los amigos de Luisa. Son muy majos, aunque fuman mucho. El vecino del quinto B no. Quiero decir que el vecino del quinto fuma mucho, pero no es majo. Por lo menos a mi no me lo parece. Es grande como un gorila, y yo creo que si quisiera podría cargarse el taxi en el que trabaja a las espaldas. A mi me da mucho miedo y cada vez que me cruzo con él en el portal quiero volverme invisible como el hombre invisible. Me da mucha envidia el hombre invisible. Eso sí que es estupendo. Ser invisible, digo. Si yo pudiera me volvería invisible casi todo el tiempo. Es una lata eso de que todo el mundo te vea todo el rato. A veces pienso que ellos se han vuelto invisibles. Pero sólo lo pienso a veces, la mayoría de las veces pienso otras cosas. Pero pensándolo mejor, creo que de nada me serviría volverme invisible con el vecino del quinto B. Ni siquiera se daría cuenta de que me había vuelto invisible y, la verdad, volverte invisible y que nadie se dé cuenta de que te has vuelto invisible es una tontería. Y no se daría cuenta de que me había vuelto invisible porque él, allá arriba como está en su altura de gorila, no se fija en nadie, ni mira a nadie, quitando a ellos que no los podía ni ver y a mi papá que como trabaja en el ayuntamiento le hace la pelota. El vecino del quinto B vive encima del cuarto B – nosotros vivimos debajo, quiero decir en el tercero B – y yo creo que ha sido el jefe de todo esto. Ni a los peores piratas y bandidos había oído yo maldiciones y amenazas tan salvajes de la selva.
El vecino del cuarto A es otra cosa. Es bajito, regordete, va siempre vestido como si fuera a una boda y anda más derecho que mis varas de avellano. Tiene un bigotito gris que parece de pelos de rata. No es que yo sepa muy bien como son los pelos de rata, pero me da tanto asco como las ratas. No sólo el bigotito, todo él. Quiero decir que no me da miedo como el gorila, sino que me da tirria nada más verlo. Aunque, la verdad, cuando era más pequeño no me caía tan mal. Pero no me caía tan mal porque entonces me cayera bien; no me caía tan mal porque mi hermana me había dicho que era cazador y tenía rifles y escopetas. Y a mi entonces lo de tener rifles, escopetas y ser cazador me pirraba. Ahora también, pero mucho menos. Mi hermana me reñía y me decía que los rifles y las escopetas son muy malos y los cazadores unos brutos. Pero, bueno, mi hermana es una chica y las chicas son así. Además ella quiere a todo el mundo y se pone muy triste cuando ve en la tele cosas sobre el hambre y las guerras. La verdad es que yo también la quiero mucho y la echo de menos. Y, al final, le he acabado dando un poco la razón. Creo que sólo se debe ser cazador cuando estás en perdido en la selva y tienes que comer o te van a comer. Y no creo que el bigotito de rata esté perdido en la selva, ni que tenga que comer carne fresca, ni que haya ningún gato por ahí que quiera devorarlo. Vamos, eso creo yo.
El del segundo B no parece un gorila, ni tiene pelos de rata, pero yo no iría con él en una expedición pirata, ni a cabalgar por las praderas. Estoy seguro de que es de los que te clavan un cuchillo mientras duermes en la litera, o te pegan un tiro por la espalda en cuanto les das la espalda. A mi me recuerda a una serpiente venenosa de las de veneno mortal. Ya sé que es un poco imposible que me recuerde a una serpiente venenosa de las de veneno mortal porque es un tío alto y fuerte, y sería más posible que me recordase a un gorila, como el del quinto, o por lo menos a un orangután. Pero la verdad es que me recuerda a una serpiente, y yo creo que me recuerda a una serpiente porque siempre que lo veo anda como arrastrándose y haciendo eses. Además tiene unos ojos enrojecidos de esos que he leído tienen las serpientes venenosas que, cuando te miran, te dejan sin poder hacer ni un movimiento y entonces aprovechan, te muerden y te meten en la sangre el veneno mortal que te mata entre horribles dolores y sufrimientos, si no te dan enseguida una cosa que ahora no me acuerdo como se llama, pero que si la bebes ya no te mueres pero la serpiente sí. A mi me gustaría mucho tener una botella de eso que no me acuerdo como se llama. La llevaría siempre conmigo por si las moscas, quiero decir, por si las serpientes. Lo que me extraña es que ellos no tuvieran botellas de eso que no me acuerdo como se llama. Lo más normal es que las tuvieran. A lo mejor tenían botellas de eso que no me acuerdo como se llama para unas serpientes venenosas de veneno mortal, pero no para otras serpientes venenosas también de veneno mortal pero de un veneno mortal diferente. Y es que debe haber muchos tipos de serpientes venenosas de veneno mortal y cada una debe tener un veneno mortal distinto y debe ser imposible tener botellas de eso que no me acuerdo como se llama para todos los venenos mortales de todas las serpientes venenosas del mundo. Y, la verdad, es una pena que sea imposible, porque si fuese posible sería estupendo beberse eso que no me acuerdo como se llama y entonces tú no te morías pero la serpiente sí. El Serpiente es muy amigo del Gorila, y tiene una mujer grandota que le encanta dar voces por el patio y sacudir las alfombras cuando pasa gente por la calle. También tiene dos hijos un poco mayores que yo, con los que no me trato porque, cada vez que me ven, me agarran, me tiran al suelo, se sientan encima de mi y no me dejan en paz hasta que digo un montón de veces que soy una niña y que me rindo.
Los hermanos del primero A y del primero B son hermanos, y yo les llamo Vinagre y Ricino porque mi mamá una vez les llamó vinagre y ricino, y a mi me gustó. Yo sabía lo que era vinagre, pero no sabía lo que era ricino, así que lo busqué en la enciclopedia de mi papá, lo encontré, lo leí y me gustó aún más, y desde entonces les llamo Vinagre y Ricino. Se parecen mucho. Los dos tienen una cabeza muy grande, una nariz muy grande, una boca muy grande y unos ojos muy pequeños que cuesta encontrar en unas caras tan grandes. Visten igual, se peinan igual y hablan igual, pero yo nunca los confundo porque uno siempre está carraspeando y el otro tosiendo. También tienen unas mujeres iguales, rubias, pálidas y con cara de haber llorado por algún disgusto muy gordo. Las mujeres son muy majas, siempre están haciendo favores a todo el mundo y se hablan entre ellas a escondidas. Y se hablan a escondidas porque Ricino y Vinagre no se hablan. Y Ricino y Vinagre no se hablan porque los primeros A y B eran de sus padres, y cuando se murieron les dejaron un piso a cada uno, pero con tan mala pata que se confundieron de mano. Los padres, quiero decir. Porque a Ricino, que vive en el primero A, le gustaría vivir en el primero B; y a Vinagre, que vive en el primero B, le gustaría vivir en el primero A. Cuando mi mamá me lo contó, yo no lo entendí muy bien y le pregunté que por qué, si Ricino quería vivir en el B, y Vinagre en el A, no se cambiaban el piso. Mi mamá me miró y me sonrió como se mira y sonríe a los niños y a los idiotas, y me dijo algo sobre “las cosas de familia”. Yo le pregunté que qué era eso de “las cosas de familia”, pero entonces mi mamá dejó de mirarme y de sonreírme, y se puso a mirar por la ventana. Yo me quedé muy intrigado y, al día siguiente, busqué eso de “cosas de familia” en la enciclopedia de mi papá, pero allí sólo venían “cosa” y “familia” pero no venía “cosas de familia”. Así que todavía no sé muy bien que es eso de “cosas de familia”. Para mi que lo que pasa es que Vinagre quiere quedarse con su piso y también con el de Ricino; y Ricino quiere quedarse con su piso y también con el de Vinagre. O, a lo mejor, es porque son hermanos, se tienen envidia y les gusta hacerse la vida imposible. No sé, la verdad. Lo que yo pienso es que si mi hermana quisiera vivir en el piso donde yo vivo, y yo quisiera vivir en el piso donde vive mi hermana, yo le cambiaría el piso a mi hermana. Aunque, en realidad, lo que a mí me gustaría es vivir con mi hermana.
A mi papá no sé si le molestaban mucho, poco o nada. A mi papá es que no hay quien le entienda. Yo sólo he tenido un papá pero, la verdad, por lo que he visto en las películas y he leído en los libros, a mi me parece que mi papá no es nada papá. A mi me parece que un papá es papá cuando te regala juguetes, te ayuda a hacer los deberes, te habla, te riñe y se pone pesado con lo de que tienes que estudiar y obedecer a mamá y a los profes. Y mi papá me regala juguetes, pero no juega conmigo, ni me ayuda a hacer los deberes, ni me habla, ni me riñe, ni se pone pesado con lo de mamá y los profes. Yo creo que para mi papá sí que soy invisible como el hombre invisible. Y mi mamá invisible como la mujer invisible. Yo creo que para mi papá todo es invisible en casa. O puede que mi papá quiera ser invisible como yo, y cree que la mejor manera de ser invisible es hacer como si todo el resto del mundo fuese invisible. Pero si lo cree así se equivoca porque yo le veo muy bien: siempre que llega a casa se sienta en el salón, coge la enciclopedia y se pone a leer. La enciclopedia tiene como veinte tomos y, desde que le conozco, va por la A. Cuando está leyendo pone la misma cara que yo pongo en el colegio cuando nos ponen a estudiar o nos ponen a mirar las lecciones de los profes. Parece que estás muy atento, pero en realidad estás a tu bola. Pues mi papá lo mismo: parece que está leyendo, pero de eso nada. Yo pienso en aventuras, pero no sé en que piensa mi papá cuando hace que lee. La verdad, mi papá es muy raro y muy poco papá.
Pero a mamá, al Gorila, al Rata, al Serpiente, a Ricino y a Vinagre les molestaban un montón los del cuarto B. Por eso creo que han tenido algo que ver en todo esto. No sé cómo, pero me da a mí que sí. El caso es que aquella noche estaba yo en mi habitación haciendo que estudiaba, pero en realidad pensando en que me había ido con los del cuarto B y estábamos corriendo una aventura de miedo en las tierras de las aventuras. Íbamos a pasar un río imposible de pasar, tan ancho que no se veía el otro lado, que corría que se mataba y que estaba lleno de rocas grandes y puntiagudas, y de esas cosas que tampoco me acuerdo cómo se llaman pero que tienen mucha espuma, dan vueltas y vueltas, y como te pillen te tragan y ya no puedes salir nunca y eres pasto de las pirañas. Estábamos derribando un árbol altísimo y de madera dura como el hierro con nuestras hachas de guerreros, cuando sonó el timbre de casa. Y digo el de casa porque no era el del portal, porque cuando es el del portal es que es alguien de la calle, pero cuando es el de casa es que es algún vecino y, la verdad, es muy raro que llamen los vecinos. También es raro que llamen de la calle, pero mucho más raro es que llamen los vecinos porque casi nunca llaman, a no ser que se haya ido el agua o algo esté roto en la escalera o cosas así. Lo que quiero decir es que era muy raro que llamasen los vecinos y que entonces decidí dejar la construcción de la piragua para luego y ponerme a espiar como un espía de esos que espían secretos de armas nucleares en territorio enemigo. Así que con pasos de espía me acerqué a la puerta. Los pasos de espía son pasos que no meten ruido y muy parecidos a los de los indios cuando se acercan al soldado que vigila en la noche a la luz de las fogatas el campamento de soldados, y que sólo oye el ruido del cuchillo al cortarle la garganta. Bueno, pues con pasos de espía me acerqué a la puerta, la abrí un poco con cuidado para que tampoco hiciera ruido, asomé mi ojo de espía por la rendija y me puse a espiar. ¡Vaya sorpresa me llevé!, no era un vecino, eran un montón de vecinos. Hablando con papá y mamá, estaban casi todos: el Gorila, el Rata, el Serpiente, la mujer del Serpiente y Vinagre. También estaban cuatro o cinco tipos grandes como armarios y con cara de ningún amigo, que parecían fotocopias del gorila y que yo no conocía y que así, al pronto, tampoco me dieron ganas de conocer. No estaban las mujeres de Vinagre y Ricino; ni Ricino, porque donde está Vinagre no está Ricino. Tampoco estaba el matrimonio mayor del segundo A que, de pequeñitos y graciosos que son, parecen jilgueros y dan ganas de tenerlos de abueletes. Todas las tardes pasean a un perro por el parque. Bueno, eso de que lo pasean es un decir, porque en realidad van cogidos de la manos y a trote ligero, arrastrados por la cadena de la que tira el perro con el cuello estirado, la lengua fuera y la fuerza de esos perros blancos que tiran de trineos en las tierras solitarias y frías del Polo Norte de eternas y traicioneras nieves heladas. Y tampoco estaban los del tercero A, que son una pareja joven muy simpática y que siempre está trabajando; ni el viejo del quinto A que está muerto y el piso vacío.
Bueno, pues allí estaban, unos metidos en casa y otros en la escalera, y yo me dije: “Aquí hay gato encerrado y esto sí que es digno de espiarse”. Así que cambié el ojo por el oído y puse la oreja en la rendija; pero hablaban muy bajito y no había forma de escuchar nada. Entonces salí del cuarto y me puse a andar en dirección a la cocina, como si fuese a buscar un vaso de agua y no me importara nada lo que estaban hablando, aunque en realidad sí me importase y lo del vaso de agua era sólo un astuto truco de espía para disimular y poder oír lo que decían. No había dado dos pasos, cuando mi mamá, que debe tener ojos en la espalda como los espías enemigos que capturan a los espías amigos, los torturan y los sacan información secreta, me descubrió y con un grito me mandó al cuarto. De mala gana me volví a mi habitación, pero de nuevo con astucia de espía deje la puerta abierta por si me llegaba alguna voz que me permitiera descifrar el misterio misterioso que me envolvía con su misterioso misterio. Mi mamá no tardó en asomarse, decirme que me pusiera a estudiar y cerrar la puerta de un portazo. Me dio mucha rabia y otra vez pensé en lo bueno que sería ser invisible, pero, como no lo era, me tuve que fastidiar y me fastidié. Entonces me puse a construir otra vez la piragua para pasar el río imposible de pasar pero, la verdad, ya no me apetecía construir la piragua para pasar el río imposible de pasar. Así que dejé de construir la piragua para pasar el río imposible de pasar y me tumbé en la cama para pensar en lo bueno que sería ser mayor y hacer lo que me diese la gana. Y en esas estaba y ya era mayor y ya hacía lo que me daba la gana, quiero decir que ya salía del cuarto, me llegaba hasta donde estaban los mayores y escuchaba lo que decían, cuando, no sé por qué, me quede dormido.
Me despertó un ruido insoportable. Así, de golpe, me pareció que me había caído dentro de una tele o que una tele se me había caído encima. No estaba seguro. Pero enseguida comprendí lo que ocurría. Todas las teles y radios del edificio estaban puestas a toda pastilla. Aquello era muy raro, sobre todo a esas horas de la noche. Me levanté y salí del cuarto a ver lo que pasaba. No sabía muy bien como salir, si como espía, detective o superhéroe, así que salí como yo. De lo primero que me di cuenta es de que en nuestra casa no estaban ni la tele, ni la radio encendidas; de lo segundo que me di cuenta es que mi mamá no estaba; de lo tercero que me di cuenta es que mi papá sí estaba. Estaba, como siempre, en el salón leyendo el tomo de la A de la enciclopedia. Entonces le pregunté que qué pasaba; y él me contestó que qué quería que pasase, que no pasaba nada. Entonces yo le pregunté que cómo que no pasaba nada si había un ruido de mil demonios. Entonces él me contestó que de qué ruido hablaba. Entonces yo me quedé de piedra y no supe qué decir, hasta que se me ocurrió decir algo así como: “Papa, una cosa es que quieras ser invisible no viendo nada y otra cosa es que quieras ser invisible no oyendo nada” Y ya se lo iba a decir, cuando me ordenó que me fuera inmediatamente al cuarto y me pusiera a dormir. Aquello me dejó de piedra otra vez. Me pareció muy raro que mi papá pensara que alguien pudiese dormir con aquel ruido, pero más raro me pareció que mi papá me ordenase ir a dormir con la voz de mamá de que si no haces lo que te digo te la cargas. Pero no dije nada porque me había quedado de piedra y cuando te quedas de piedra no puedes decir nada, ni hacer nada de nada. Y así, de piedra, me hubiese quedado para toda la vida, si un grito de mi papá no me hubiera hecho dejar de ser de piedra. Y como ya no era de piedra, me pude mover, darme la media vuelta, volverme al cuarto y tumbarme en la cama.
Pero, claro, con aquel ruido de televisiones y radios a toda pastilla no podía dormir ni una marmota. Pensé en levantarme, ir donde mi papá y traerle al cuarto para que se tumbase conmigo en la cama y lo comprobara. Pero, la verdad, no me atreví. Eso de haber oído en la boca de papá la voz de te la cargas de mamá me tenía hecho un lío. Puestos a cambiarse voces yo prefería la voz de papá en la boca de mamá, quiero decir que si mi papá y mi mamá tuviesen los dos la voz de mi papá, en mi casa sólo se oirían los ruidos del frigorífico que es muy viejo, que mi mamá siempre está diciendo que hay que cambiarlo y que mete unos ruidos muy parecidos a los que hacía el viejo del quinto A antes de morirse. Bueno, pues estaba yo pensando que sería estupendo que mi papá, mi mamá y el frigorífico tuvieran los tres la voz de mi papá, porque así en la casa reinaría el silencio ese que reina en las noches frías y estrelladas de los desiertos misteriosos llenos de arena, camellos y oasis, cuando en el cuarto B se montó un jaleo de miedo. Por encima del ruido a toda pastilla de las televisiones y radios, se empezaron a oír voces, y luego de las voces se empezaron a oír gritos, y luego de los gritos se empezaron a oír lamentos, y luego de los lamentos se empezaron a oír voces, gritos y lamentos, todos juntos y cada vez más fuertes. Al mismo tiempo, el techo de mi habitación temblaba con carreras y pisadas de elefante. La verdad, pensé que se iba a hundir y una jauría de perros rabiosos iba a caer sobre mi cama. Me levanté asustado y fui corriendo al salón. Mi papá leía su enciclopedia. Casi sin respiración, le pregunté que qué pasaba; mi papá, sin levantar la vista del tomo de la A, me contestó que qué quería que pasase, que no pasaba nada. Y cuando dijo “nada” el techo del salón retumbó como un cañonazo. Yo miré al techo. La lámpara se balanceaba y las voces, gritos, lamentos y ruidos como de cañonazos seguían y seguían. La verdad, a mi me pareció que el cuarto B se había convertido en una pradera de las lejanas praderas que temblaba bajo las pezuñas de los bisontes en estampida, porque unos malvados cazadores blancos los habían asustado para dejar sin comida a los nobles y valientes guerreros pieles rojas. Señalando al techo, miré a mi papá. Era lo mismo que mirar a una estatua: continuaba leyendo el tomo de la A como si fuese domingo y sólo se oyera el ruido de la lluvia en los cristales. Ya le iba a decir lo de que “Papa, una cosa es que quieras ser invisible no viendo nada y otra cosa es que quieras ser invisible no oyendo nada”, cuando se hizo de forma repentina el silencio. Entonces levantó la vista del tomo de la A, me miró y me dijo: “Ves”. Me quedé cortado y sin saber qué decir; tan sólo boqueaba como un pez cuando lo sacas de la pecera y lo miras a los ojos. Y boqueando estaba cuando los ruidos, los gritos y lamentos volvieron a oírse, pero esta vez en la escalera, como si los bisontes no hubiesen encontrado otra escapatoria en su estampida que bajar a todo correr hacia el portal. Yo y mi papá nos quedamos mirando el uno al otro con los ojos de un pez cuando lo sacas de la pecera y lo miras a los ojos. Y yo creo que esta vez boqueábamos los dos. Y así, mirándonos con ojos de pez y boqueando como peces fuera de la pecera, hubiésemos seguido un montón de rato si no llega a ser porque los ruidos, gritos y lamentos se desparramaron por la calle y se fueron apagando poco a poco como un voraz incendio en las estepas, provocado por un mortífero rayo, se apaga poco a poco porque ya no queda nada que incendiar. Entonces mi papá volvió a la pecera, dejó de mirarme y de boquear, y me dijo: “Anda, vete a dormir que mañana tienes colegio” Mañana era sábado y no tenía colegio, pero no le dije nada. No porque siguiera boqueando, porque yo también había vuelto a la pecera, sino porque, la verdad, ¿qué le vas a decir a un papá que quiere volverse invisible haciéndose el sordo? Así que lo dejé leyendo el tomo de la A y me fui a mi cuarto. En la cama estaba cuando oí las puertas de los pisos que se iban abriendo y cerrando una a una, hasta que la del nuestro también se abrió y cerró, y supe que mi mamá había entrado. En el piso de arriba reinaba el silencio de los desiertos llenos de arena, escorpiones y esqueletos de animales y hombres muertos. Entonces me dormí porque no me apetecía el beso de buenas noches de mi mamá.
A mi ellos no me molestaban. La verdad es que me caían muy bien y por eso me gustaba encontrármelos en el portal o subir con ellos en el ascensor. Muchas veces esperaba un buen rato en la calle hasta que aparecían y así entrar con ellos. Eran un montón, tantos que creo que no les llegué a ver a todos. O a lo mejor sí. No sé, la verdad. Era muy difícil distinguirlos. Supongo que a ellos les pasaría lo mismo con nosotros. Pero eso era parte de lo bueno. Es muy divertido no saber si conoces o no conoces a alguien. Le saludas, le miras por el rabillo del ojo y piensas para ti: ¿será o no será? Al final de tanto mirar por el rabillo del ojo te quedas como bizco, y de tanto pensar como turulato. Y, claro, entonces tú te ríes, él se ríe, y te acabas echando un montón de risas. En cambio, si le conoces es casi imposible reírse; ya sabes que te va a preguntar qué tal está tu papá, qué tal está tu mamá y qué tal en el colegio, y, la verdad, para preguntas difíciles ya están los profes. Además ellos me hacían preguntas fáciles. Bueno, en realidad sólo me hacían una: “¿Real Madrid o Barsa?” Y yo unos días les contestaba que Real Madrid y ellos me decían “¡bueno, bueno!” y me soltaba tres o cuatro nombres de jugadores del Real Madrid; y otros días les contestaba que Barsa y ellos me decían “¡bueno, bueno!” y me soltaban tres o cuatro nombres de jugadores del Barsa. Y entonces nos reíamos y chocábamos las palmas de la mano en el aire. Yo creo que a ellos les daba igual que fuera del Real Madrid o del Barsa; lo que les gustaba era decir “¡bueno, bueno!”, reírse y chocar las palmas de la mano en el aire. A mí también me daba igual y me gustaba lo mismo, y por eso creo que nos llevábamos tan bien. La verdad es que con ellos en el ascensor o en el portal me sentía como en el país de las aventuras. Los voy a echar de menos, no tanto como a mi hermana pero sí bastante. ¡Ah, se me olvidaba! Al día siguiente de aquella noche, mi papá se puso a leer el tomo de la B de la enciclopedia. Pero sigue sin poder ser invisible. Y yo tampoco.
Ricardo Uriarte