Fingió un dramatismo casi dramático... le faltó muy poco. Su cara a punto estuvo de quedar almidonada para siempre por el esfuerzo de fingir. La situación casi no llegó a ser para tanto... le faltó muy poco. Estuvo a punto de ser para tanto para siempre por la misma situación. Él siempre fingía dramatismo ante todas las situaciones, las públicas y las privadas. Creía que ello le hacia invisible, que le excluía de todo, sobre todo de todas las miradas, las privadas, las públicas y la de sus ojos, porque en cuanto empezaba a almidonarse, todos los ojos huían o se tapaban con manos, propias o ajenas, y las bocas se abrían al tapar o huir los ojos. A él le bastaba con encender un pitillo y palidecer todos los cristales con los que se encontraba. Pero esa situación de la que hablo al principio estuvo a punto de ocasionarle un serio disgusto: la situación casi no se presta. Y su cara casi no sirve. Y las bocas casi no se abren. Ese día casi deja de fumar. Se marchó a casa casi con lo puesto, con la cara relajadamente desdramatizada. Hecho casi polvo, sintiendo que faltó muy poco para que todas las miradas como dagas incendiadas de curiosidad, oculta o desnuda, cayesen sobre él escudriñando sus pupilas y cambiando, sin remedio, el color de su iris ¿Cómo vería entonces las cosas?, ¿de qué color?, ¿con qué ánimo?, ¿bajo qué punto de vista? Después de pensar estos pensamientos, apagó el pitillo en el cristal del espejo y vio en su cara una mancha negra a la altura del entrecejo. Le pareció dramático. Tanto, que se fue a dormir casi sin gana.
La gana no siempre lo es, hay días en que no es auténtica gana y tiene que fingir, poner cara de gana, y finge tan bien, parece tan casi dramáticamente gana, que el público en privado aparta los ojos de ella o se los tapa con cualquier mano; asusta como una boca abierta; en esos casos, él deja de fumar y se mira al espejo. A veces no ve espejo y tiene que limpiar a toda prisa alguno, antes de que se le quite la cara de gana a la misma gana. Y es que no deseaba nada mejor que ver una gana con cara de gana.: sin drama.
Y ocurre que si la situación se presta, todo se magnifica, pero eso solo ocurre una vez al año: en Navidad... Y se despertó el día de Navidad casi sin ganas, pero como no podía cambiar el día por otro día, no tuvo más remedio que ceñirse. Y lo admitió sin drama. Naturalmente, como solía admitirlo todo, hasta las situaciones más dramáticas. Lo que no sabía era que ese preciso día en el que todo se magnifica casi le cambia el color del iris. Fue el día que soltó el uff más largo desde que nació. Y solo se nace un día y solo es Navidad un día, y se juntaron los dos días formando una conjunción casi perfecta... le faltó muy poco. Llegó con cara de ganas a la ineludible comida de Navidad, con una sonrisa que pinchaba a las orejas con sus puntiagudas esquinas; con las alas de la nariz que no daban más de sí; con los ojos orillados; con los brazos tan abiertos como para abrazar a toda la familia de una vez y sin olvidar lo más inexcusable, el matasuegras y un gorrito alusorio con bombillitas intermitentes, abre la puerta y ¡glub! toda su cara se queda en agua de borrajas. No ve a nadie: ni madre, ni hermanos, ni suegra viva... ni pavo... ni mesa... ni nada..., todo lo que ve es un espejo colgado en una pared amarillenta: dramática. Y qué hago ahora con la cara -se preguntó. Si lo llego a saber no cargo con el matasuegras ni me arriesgo a quedar con la cara electrocutada por un más que probable fallo en el relé –se reprochó- porque era de fabricación casera y todo lo casero es susceptible de falla. Entonces, se acercó al espejo sin casi interés; más casi, por la curiosidad de ver que cara tenía; por el camino la sonrisa se le fue encogiendo mientras las orejas le daban las gracias, las alas de la nariz se replegaban y los ojos volvían a la mar... todo le resultó casi tan poco dramático que sintió que perdía casi las pocas ganas. Y cuando creyó que nunca más podría reconocerse, se asomó al espejo y... ¡¡sorpresa!! Toda la familia, velando ya a la suegra, estaba allí; le miraba sonriente, e iluminada por velitas que pestañeaban le deseaba ¡Feliz Navidad! Él, casi sin tiempo de reaccionar ante esa situación tan inesperada por no esperada, pudo conseguir en el último segundo fingir un dramatismo casi dramático, encender el relé y tirar el matasuegras; y lo supo porque de pronto vio que unos se taparon los ojos con manos y otros hicieron huir sus ojos, mientras veía la negrura de muchas bocas. La conjunción no llegó a producirse y el uff más largo desde que nació se le escapó de entre los labios: magnificado. Ya, sin nadie que lo observara, invisible, pudo comprobar que su iris conservaba el color. Fue cuando encendió un pitillo, dio una calada, exhaló el humo y lo apagó en el espejo mientras se daba la vuelta para salir. En el mismo borde de la puerta, con un pie levantado a punto de cruzar el umbral, giró la cabeza y miró por última vez al espejo, le pareció ver que toda la familia estaba amarillenta, menos la suegra, y que tenían una mancha negra a la altura del entrecejo. Le pareció tan dramático que desalmidonó su cara y se fue a dormir casi con gana... ese día le faltó muy poco para dejar de fumar... casi.
mamen
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