Los temores habían sido derrotados por fin. Se había pasado la noche en vela dándole vueltas al asunto y lo había decidido. Al menos esta última vez vencería los miedos que le habían amarrado durante toda su vida.
De una forma sorprendente, incluso para el mismo, había barrido con determinación los últimos rescoldos de duda y lo había dejado zanjado. Sería ese mismo día.
Se levantó y aún en pijama encendió el ordenador y entró en las dos cuentas que tenía. 42.439 € en total. El fruto de toda una vida de ahorros.-El seguro para la jubilación- Pensó con rabia mientras una sonrisa amarga aparecía en su boca. Hizo un traspaso y todo quedó en la misma cuenta.
A continuación miró el correo. Mandó un par de mensajes esquivando los típicos compromisos más cargados de cortesía que de amistad y lo cerró para no volverlo a abrir nunca más.
Se vistió, salió a la calle y se sintió ligero y casi feliz. Ni siquiera le dolía el costado. Le costó encontrar donde poder comprar langosta y caviar. El champán fue más fácil. Falto de experiencia y decidido como estaba a hacerlo a lo grande simplemente fue escogiendo lo más caro. Después le tocó el turno a la ropa. Smoking con camisa de seda, abrigo negro de lana, bufanda blanca, también de seda, y zapatos de marca. Ya al salir de la tienda añadió al lote una bata de seda color burdeos con unas zapatillas a juego que lucían una especie de escudos heráldicos. Por primera vez en su vida firmó sin mirar ni el desglose ni el total.
Tras dejarlo todo en casa se acercó a su sucursal habitual. Pensaba haber dejado unos diez mil euros para los gastos, pero envalentonado por las compras anteriores decidió sacarlo todo y vengarse del banco. Qué poco ocupaban siete millones de pesetas en billetes de quinientos euros. De vuelta para casa entró en una cuchillería. En principio atrajo su atención un puñal japonés por su aire épico y exótico, pero al final se decidió por el barroquismo de una navaja barbera con cachas de nácar. Tenía tacto de seda y un filo con brillo de muerte digna.
Entró en el casino decidido a terminar pronto. Al fin y al cabo lo difícil era ganar. En la primera hora perdió treinta mil sin que se le moviera un pelo. Sólo acariciaba las cachas de nácar de la navaja en el bolsillo entre jugada y jugada… Y disfrutaba, disfrutaba como nunca viendo la cara de admiración que suscitaba su aspecto aristocrático y distante. Y la elegancia con la que perdía. Además el costado seguía sin doler.
Después la suerte dio la vuelta y comenzó a ganar. Cuanto mas arriesgadas y absurdas eran las apuestas mayores eran las ganancias. Empezó a dar propinas ingentes a los crupieres y a hacer regalos inmensos a sus compañeros de juego, pero como por arte de magia sus ganancias seguían aumentando.
Cuando aparecieron los dos primeros muchachotes se le disparó la alerta. Palpó la navaja en el bolsillo, pero había dejado de ser un talismán cómplice para transformarse en un objeto absurdo. Al aparecer tres más, quedó claro que controlaban discretamente sus acciones mientras cuchicheaban entre ellos. En el momento en que el que parecía el jefe comenzó a hablar con determinación a la solapa del traje se dio por derrotado. Recogió sus ganancias sin contarlas y enfiló la salida procurando hacerse transparente.
Cuando llegó a casa, en un último intento de seguir con el plan previsto, abrió una botella de champán y se sirvió una copa para darse ánimos. Cogió la navaja y ceremoniosamente la colocó en su caja junto a la bañera. A continuación se quitó el smoking y se enfundó la bata de color burdeos y las zapatillas a juego. Se acercó a la bañera, puso el tapón y abrió los grifos para su último baño de agua caliente.
Al levantarse y ver la navaja de cachas de nácar en su caja de seda negra a los pies de la bañera se le encogió el estomago y tuvo que salir a buscar más champán. Se bebió una copa sin respirar, pero el ruido del agua cayendo a chorro en la bañera y el recuerdo de la navaja con cachas de nácar en su caja de seda negra le hicieron prescindir de la copa para seguir bebiendo a morro. Al terminar la primera botella entró en el baño y cerró los grifos sin mirar a la navaja. Cuando la segunda botella iba mediada el dolor en el costado apareció. Primero de forma tenue para hacerse pronto insufrible. Ya entre brumas recordó que se había saltado dos tomas de la medicación. Fue hasta la mesita donde tenía su farmacia particular y en un arranque de desesperación comenzó a tragarse las pastillas de todos los frascos empujándolas a base de champán.
Lo encontraron muerto a los tres días. Estaba tendido en la alfombra del salón, vestido con la bata color Burdeos y envuelto en su propio vómito.
La policía vio la langosta, el caviar y el champán en la nevera. También vieron el abrigo negro de lana con los bolsillos repletos de billetes y la medicación para cáncer de hígado con la que al parecer se había suicidado dado que todos los frascos estaban vacíos. Y llegaron a la conclusión de que le habían dado calabazas en su última juerga y la desesperación le había llevado al suicidio. Lo único que no encajaba era la navaja con cachas de nácar que encontraron en el baño. Estaba dentro de una caja con forro interior de seda y la tapa abierta como en una ofrenda. Pero colocada sobre un extremo de la bañera, no encima del lavabo o en el armario, donde por otra parte había varias cuchillas desechables y una de ellas claramente usada.
César
Me gusta,me gusta,la intriga domina el tiempo y enseguida llegas al final,que ademas te satisface y te llena.
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