martes, 23 de noviembre de 2010

FOTOS

En la chimenea ardía un buen fuego. El hombre miraba absorto las llamas. Subían, bajaban, se enderezaban o retorcían como imágenes vívidas de duermevela. Un susurro brotaba de las lenguas rojas y amarillas, roto en ocasiones por chasquidos de pavesa. De vez en cuando surgían del corazón de la hoguera llamaradas aisladas, que se alzaban y caían con ademán súbito y violento. El hombre se levantó del sofá, se dirigió a la cómoda y abrió un cajón. Dentro había fotos, muchas fotos. Las había pequeñas y grandes, antiguas y recientes, en color y en blanco y negro. Estaban amontonadas y mezcladas por todo el cuerpo del cajón. Las sacó, hizo un grueso fajo con ellas y se sentó de nuevo en el sofá. Las fue mirando una a una, avanzando y retrocediendo en el tiempo según el orden azaroso que le ofrecía el fajo. Cuando miró la última, dejó las fotos apiladas en la mesa. Se echó hacia atrás y apoyó la espalda en el respaldo del sofá. Volvió a mirar el fuego de la chimenea. Las llamas habían empequeñecido y bajado las cabezas como si observaran las misteriosas raíces de su inquietud. La leña cubría nudos y cortes con velos carmesí; las brasas latían escondidas; un humo grisáceo se perdía en el camino oscuro del tiro. El hombre se puso en pie y salió de casa. Anduvo con paso rápido por las calles atardecidas. Entró en una tienda. Al poco salió con un paquete. Llegó a casa y lo desenvolvió. Era un álbum. De forma meticulosa, fue colocando las fotos en la estricta sucesión que le dictaba la memoria de las fechas. Al terminar la tarea, pasó las páginas del álbum, una a una, con lentitud, hasta llegar al final. Entonces cerró el álbum y sus ojos tornaron al fuego. Ahora las llamas se encogían perezosas y lánguidas, como queriendo dormitar en el lecho de cenizas y soñar un vuelo de hollín. En las paredes de la chimenea, sombras remedaban imprecisas el acallado crepitar de la lumbre. El hombre abrió de nuevo el álbum. Fue sacando las fotos una a una. Las lanzaba al aire y caían dispersas como hojas secas sobre la alfombra. Cuando el álbum quedó vacío, se levantó y las recogió sin mirarlas. Hizo un nuevo fajo con ellas. Lo sopesó por unos segundos, mientras miraba los últimos guiños de las llamas. El grueso fajo de fotos subía y bajaba en el aire, al compás del absorto movimiento de las manos. Una chispa saltó con impulso secreto y fugaz. Entonces el hombre se dirigió a la cómoda y metió el fajo de fotos en el cajón. Luego cogió el álbum, se acercó a la chimenea y lo arrojó al fuego. Las llamas tardaron en avivarse y exhalar un aliento denso y negro. Pero el hombre ya hacía un buen rato que había dejado de mirar.

Ricardo Uriarte

1 comentario:

  1. Me parece un relato hermoso. Además del tono poético, el ritmo suave y armónico, las imágenes del fuego alternando con los movimientos del hombre con sus fotos.. digo, ademas de la forma, me interesa lo que cuenta: los recuerdos, desordenados en el cajón de la memoria; el amago de organizarlos, de ordenarlos. ¿Va a desprenderse de las fotos (los recuerdos), los quemará en el fuego? -creo yo que nos preguntamos todos los lectores- Pero no, simplemente, el hombre deja caer los recuerdos otra vez como hojas de otoño, que se dispersen, que dejen de ser secuenciales, aplastados en el albúm corsetario. Es el albúm el que acaba en las llamas, el orden de la memoria, y ni siquiera merece que se contemple su destrucción....

    Bueno, eso es lo que he leído yo...

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