Siempre duermo... de día. Transito por la noche de todas las noches. Soy insomne. Mi familia me mira raro, menos mal que coincidimos poco, sólo las escasas horas que transcurren entre su noche y mi día. Pero esas, que son pocas, son unas pocas horas horribles. Yo despejadísimo y ellos, ya, casi moribundos me miran de reojo, con los ojos medio cerrados, con las pestañas cansadas, como diciendo: ¡no puedo más, me voy a dormir, que te den! Y así transcurre mi “vida”: entre medio muertos. No lo entiendo. Que falta de ánimo, que poca expresividad, que sin entusiasmo; ya no me dan besos, ni abrazos... ni siquiera me preguntan qué tal te va, qué tal estás... creo que es lo mínimo que se le puede pedir a una familia que se cree familia. En fin, yo hago lo que puedo: hablo considerablemente, bueno, realmente comienzo a contar cosas que nunca acabo de decir porque los oídos se apagan y me dejan hablando a la oscuridad, a decir verdad, a la penumbra primero, bajito, porque la oscuridad es el silencio. Y me quedo con los labios prendidos del aire porque los otros labios o las otras mejillas se han esfumado cuando acierto a rozarles, a rozarlas. Lo negro ocupa el espacio entre ellos y yo. No sé que voy a hacer para remediar las rarezas que me rodean. Trato de entenderles, pero no es fácil cuando no hay lugar para el diálogo. Quizá mañana, me consuelo. Pero mañana no estoy y llega la tardenoche y vuelven como cansados, con las caras sombrías, con el cuerpo desangelado y sin apenas alma, entonces me pregunto ¿qué vida es capaz de soportar esa vida? Y me da pena, mucha pena. Y llegó un momento en que me replanteé cambiar, con todo el esfuerzo que supone hacer una inversión en la vida. Así, llegó una mañana en que encendí la luz, mis oídos hicieron un primer esfuerzo de solidaridad con mi familia; consiguieron despertarme al oír el timbre insistente y reiterativo del magnífico despertador que me agencié. Y he ahí, que me levanté todo contento y seguro de haber conseguido acercarme a la vida, cuando: ¡sorpresa! Todos seguían con los ojos medio cerrados, como con las pestañas esforzadas por mantenerse arriba, casi mudos. Como me dejaron la noche anterior. Emitían unos gorjeos ininteligibles y deduje por los gestos que decían “buenos días”. Entonces preparé, animoso, todos los desayunos en la mesa, a cada uno una silla... y ¡sorpresa! ni siquiera se sentaron, de pie sorbieron el café, a todo correr, como si fuese aceite de ricino; agarraron unos un bollo, otros una magdalena, un mordisco por aquí, otro por allá y cuando me pareció que despertaban, plaff, salieron escopetados, como no queriéndome ver. No, no, los esfuerzos que cada parte de mi cuerpo habían realizado no podían caer en saco roto -me dije. Yo he hecho tremenda inversión para facilitar el diálogo, para que me escuchéis y habléis. Es de día y debo seguir despierto, me convencí, así que les preparé la comida; hacía mucho que yo no almorzaba a la hora de almorzar y me ilusioné con la idea. Seguro que sí, que al mediodía sí vendrán dispuestos a verme, a compartir... pero no apareció nadie. No desfallecí. Tenía que acostumbrarme a vivir de día. Y llegó la tarde noche... y empezaron a entrar por la puerta uno detrás del otro... casi moribundos, con el alma desahuciada, más raros que ayer, contagiados de bostezos... Juro que lo intenté toda la semana, y llegó el domingo, ¡hoy es fiesta!, todo será distinto, me dije, y me levanté animado, con ganas; preparé un espléndido desayuno, propio del día ... pero se quedó frío... ninguno se levantó de la cama y es que, estuvieron toda la noche del sábado insomnes, mientras yo dormía agotado después de vivir el día de todos los días. Nunca entenderé a mi familia No esperan nada de mí, me toman por raro. Ni yo espero nada de ellos, ¡son tan raros!, están dormidos en esa vida que no es capaz de soportar la vida, por eso decidí vivir de noche. Ahora no sé que me pasa que no puedo dormir ni de día, ni de noche. Pero, ¿qué vida es capaz de soportar esta vida llena de días y de noches?
La tercera
Creo que la autora consigue transmitir al lector la soledad del protagonista, a pesar de que el relato apenas tiene escenas. Y lo hace empleando un lenguaje directo e irónico que logra dotar al texto de una ligereza y un sentido del humor que se agradecen. Sobre todo después de haber visto la fotografía que ilustra el cuento.
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