martes, 12 de enero de 2010

DE PELÍCULA

Dicen que cuando morimos vemos la película completa de nuestra vida. Eso dicen y eso fue lo que le pasó a nuestro héroe… Bueno, no del todo. Cierto que en el momento en que su coche se estrelló contra el árbol, pudo contemplar toda su existencia; pero no es menos cierto que matarse no se mató. Quedó bastante maltrecho y salvó la vida gracias a la rápida intervención de los servicios sanitarios. Sin embargo, cuando despertó en la cama del hospital, no pareció dar mucha importancia al hecho milagroso de seguir vivo. Vendado como una momia, con las piernas colgando de unas pesas, los brazos asaeteados de agujas epicraneales y rodeado por enigmáticos aparatos, únicamente tenía pensamientos para una cosa: aunque sólo había durado un instante, no podía sino admitir que la película de su vida le había aburrido de forma soberana. Con un argumento pobre, una trama deshilvanada, unos personajes ramplones, unas peripecias sin interés y ni un solo efecto especial, carecía por completo de tensión y ritmo, y resultaba plana y monótona hasta la extremaunción. Morirse era inevitable, pero no lo era tener que hacerlo entre bostezos. Nuestro héroe decidió cambiar la película de su vida.
Nada más salir del hospital después de una larga convalecencia, puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue transformar el aspecto del protagonista, o sea, de él mismo. Se peinó el pelo hacia atrás, se dejó unas patillas largas y finas, y en vez de los trajes de corte clásico que siempre había llevado, comenzó a vestir ropas juveniles, siendo sus preferidas los pantalones y chaquetas de cuero negro. Su mujer, amigos y compañeros de trabajo achacaron estos cambios a unas comprensibles, aunque algo extravagantes, ganas de vivir, nacidas de haber estado tan cerca de la muerte. Más difícil les resultó dar explicación a las otras nuevas peculiaridades de nuestro héroe. Ahora, era un gesto muy suyo mirar todo a través de la ventana que simulaba formar ante sí uniendo, con la punta de los pulgares extendidos, las palmas de las manos abiertas; también se había vuelto muy típico en él cambiar el lugar o la postura de la gente, aunque para ello tuviese que emplear empujones o descruzar brazos y piernas ajenos con sus propias manos; a veces, se empeñaba en modificar las conversaciones, y si alguien, por ejemplo, decía: “Tengo sueño”, no cejaba hasta que ese mismo alguien rectificaba y sentenciaba: “Toda la vida es sueño; y los sueños, sueños son”. Se empezó a hablar de shock post-traumático y de traumatismo craneal.
Nuestro héroe, conocedor de estos rumores, disimulaba y se reía para sus adentros. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que, salvo por las redobladas atenciones de su mujer y la actitud conmiserativa de los amigos, todo seguía igual. Su vida continuaba siendo plana, monótona y aburrida. Se dijo, entonces, que para hacer una buena película de su vida, no bastaba con cambiar el aspecto del protagonista, perfeccionar los encuadres o mejorar la forma de actuar y decir del reparto, sino que era necesario una buena historia, un argumento bien construido, lleno de conflictos, enredos, giros y golpes inesperados. Durante una larga temporada vio centenares de películas y leyó centenares de guiones. Cuando consideró que estaba bien documentado, se puso manos a la obra. Tuvo su primera gran ocasión con la muerte repentina del socio del jefe de la empresa para la que trabajaba. Ni corto, ni perezoso decidió aprovechar la oportunidad dramática. Fue un verdadero clímax, un plano cargado de intensidad y tensión, cuando, en el momento en que el silencio era más recogido y el pesar llenaba todos los corazones, nuestro héroe, señalando con un índice el ataúd y con el otro al jefe, acusó a éste de haber asesinado a su socio para quedarse con toda la empresa. ¡Qué gritos!, ¡qué miradas!, ¡qué gestos!, ¡qué caras de sorpresa e indignación! Sí, fue una escena realmente conseguida, tan bien realizada que sólo tuvo que gritar media docena de veces “¡corten!”, cambiar de posición a tres enlutados asistentes y rectificar apenas un par de líneas de diálogo. Todo un éxito, por más que fuera expulsado de malas maneras del camposanto y del trabajo.
No le duró mucho la alegría a nuestro héroe por este logro. Pasadas unas semanas, tuvo que reconocer que su vida había caído de nuevo en el tedio y la monotonía. Todo el día en casa y sin nada que hacer, sus días transcurrían iguales, repitiéndose los unos a los otros de forma cada vez más apagada, como un eco que se extingue. Entonces volvió a ver los mismos centenares de películas, volvió a leer los mismos centenares de guiones y, documentado, volvió a poner manos a la obra. Con gran sentido de la ambigüedad y el equívoco, fue sembrando indicios ante su esposa que parecían indicar una probable infidelidad por su parte. La mujer, al principio incrédula, más tarde suspicaz y al cabo celosa, terminó por descubrir una apasionada carta de amor que nuestro héroe había olvidado de forma astuta en el bolsillo de la chaqueta. En esta ocasión no tuvo que realizar ningún corte, ni cambiar ninguna línea de diálogo. Todo salió redondo, perfecto, en tiempo real, en plano secuencia. Fue en la cena como mandan los cánones. Ella actuó y habló como si nada supiese, él actuó y habló como si nada temiera; ella le tendió en los postres la trampa adecuada, él cayó en la celada de la forma exigida; ella entonces acusó, él entonces negó; ella esgrimió la carta, él balbuceó; ella se puso en pie, él se encogió en el asiento; ella gritó, él rogó; ella le exigió el divorcio, él se lo concedió; ella salió dando un portazo, él se quedó en la cocina con la satisfacción del artista que alcanza su obra cumbre.
Sin trabajo y sin esposa, recurrió a los amigos. Ya tenía pensada una emocionante historia: Juan, íntimo amigo de Luis, intentaría asesinar a éste por ser amante de su esposa. La escena cumbre se produciría en el domicilio de Luis. La atmósfera sería tensa, la iluminación dura, los diálogos broncos, los silencios cargados; Juan, mascando la rabia, sacaría una pistola ante el rostro demudado de Luis; Juan, vengativo e inmisericorde, apuntaría a Luis que, indigno y cobarde, imploraría por su vida; Juan soltaría una carcajada sardónica, Luis un lastimero gemido; ya aprieta el gatillo Juan cuando, de improviso, nuestro héroe aparece en el plano y, arrojándose sobre el hombre armado, logra desviar el disparo en el postrero instante; la bala haría añicos el costoso jarrón de porcelana china favorito de la mujer de Luis… Sin embargo, nuestro héroe no tuvo oportunidad de dar realidad a tan magnífica escena. No sólo Juan y Luis, sino la totalidad de amigos y conocidos huían nada más verlo, hartos de tener que salir o entrar, sentarse o levantarse, hablar o callar, según ordenara nuestro héroe con su particular sentido del ritmo y la tensión. Dolido por este fracaso, durante un tiempo se dedicó a hacer exteriores. Era frecuente verlo en la calle deteniendo el tráfico, reordenando a su gusto el deambular de la gente o tratando de persuadir a un orondo carnicero de que cambiase tanto de naturaleza como de negocio, pues lo que él en verdad necesitaba para su escena, allí y precisamente allí, no era una carnicería sino un restaurante italiano y un cocinero con aspecto y ademanes de prima ballerina.
Cierto día, se le acercaron dos individuos. Con gran pompa le dijeron que eran de “jólivud” y deseaban proponerle un “gud bisnis”. Todo orgulloso se subió con los dos individuos a la ambulancia. Pasó el resto de sus días en un psiquiátrico. Fue bastante feliz, y era digno de ver el entusiasmo, la seriedad y el empeño que ponían el resto de los pacientes en seguir sus sabias instrucciones de director experimentado. Lo malo fue cuando trató de hacer una versión de “Rebelión en la granja”. El entusiasmo, la seriedad y el empeño que pusieron entonces los pacientes en el proyecto alcanzaron tal grado que los médicos, alarmados, recluyeron en total aislamiento a nuestro héroe por una larga temporada.
Falleció a los ochenta años. Dicen que murió diciendo: “Éste es el comienzo de una gran amistad”

Ricardo Uriarte

4 comentarios:

  1. De todos los relatos que has escrito, éste es el que más me ha gustado. Casi seguro por el efecto humor-horror. A mí me parece que tiene ritmo y está muy bien engarzado, te obliga a seguir leyendo hasta el final porque te divierte y te hace pensar, y no estás seguro de como puede terminar. Te felicito de verdad.
    Mamen

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  2. QUE BUENO...! COMO VA GANANDO INTENSIDAD ANECDOTA A ANECDOTA, COMPLETANDO EL RETRATO DE "NUESTRO HÉROE", HUMANO COMO EL QUE MAS. Y QUE GUSTO EL HUMOR Y EL RITMO DE LAS FRASES.
    ¿ALGUN DÍA TE CONOCEREMOS?
    MARIAN

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  3. Veo que a todas nos ha gustado mucho el cuento, y no es para menos. Está muy bien escrito, tiene mucha ironía y es muy divertido. ¿Qué más se puede pedir? De nuevo, felicidades.

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  4. Muy bueno, Ricardo Uriarte. Me lo he pasado bomba leyendo tu relato, me encanta el lenguaje ágil, impetuoso, gracioso, que te arrastra a través de las anécdotas hacia un final no menos hilarante, y además con un toque visual muy de comic. Tienes vis cómica, qué envidia.
    Bueno, besos.

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