jueves, 7 de enero de 2010

“La procesionaria” ( o metamorfosis de Jonás ante el bullying)

Conoce qué recibo y

sabrás por qué me

convierto”

Allá, uno. Acá, otro. Ahí y... allí... Cientos.

Un día de primavera, Jonás a los once años, cambió de escuela. Una madrugada de invierno, con catorce años, Jonás entró en la cocina, se sentó en la silla, apoyó la cabeza sobre la mesa y presionó la frente contra la superficie de mármol: fría y dura. Con las manos apretó su estómago -doblado el espinazo- podía sentir cómo los dedos, dúctiles, desde el mismo estómago se amoldaban a las vértebras.

El ácido seguía su curso. Imparable, como su inquina. Sabía de su transformación. Y de su feroz resistencia. Lo próximo serían los huesos. El odio lo corroía.

Se incorporó de la silla, y a duras penas se plantó frente al espejo del baño. No le quedaba demasiado tiempo.

Después de los huesos, brazos y piernas se fundirían en un cuerpo blando, viscoso, reptante y peludo. Pero los pelos serían minúsculas púas que, infestadas de veneno, eyacularían rápidas ante cualquier amenaza. El ácido seguía imparable. Lo último en desaparecer... los recuerdos. Antes, la furia impenitente consumaría la venganza.

Delante del espejo vio a un viejo atormentado.

Principio del fin: el ácido comenzó a deshacer, lenta y trabajosamente la pared del estómago, que se opuso heroica; pero el rencor era más fuerte y constante. Célula a célula buscó -deslizándose corrosivo- el recoveco, la puerta de entrada que le permitiera excavar el túnel de la venganza. Un túnel largo donde esconder la cobardía y la impotencia, y, a la vez, una salida por donde rezumar odio. El odio al de al lado, al de todos los lados. Loco de ira, locos de ira. Aquellos que escupieron sus frustraciones de forma certera en el centro de la diana -allá dónde los sentimientos se forjan, dónde el amor fetal se incuba- serían los primeros. Deshacer círculos y esquivar dardos. Lanzar dardos para crear círculos. Atracción primaria: el color. Un color fosforescente, embriagador, sugestivo, inevitable para los ojos... Se acercaron con valentía de grupo -tan ignorante- hasta la mínima distancia a la que, él, rápido y atinado, les escupía el fulgurante veneno. Entre gritos negros, la oscura victoria. Venganza que va y vuelve. Muerte como respuesta a la muerte. Tres... Dos... Quizá uno. Mereció la pena: uno nada más.

Ensortijado, se dobló alrededor del espinazo. Sin palabras. Sin aliento...

La mano apretaba su estómago, la frente presionada sobre la mesa de mármol: fría y dura. Jonás hasta los once años fue un niño feúcho, gordito y feliz.

Allá, uno. Acá, otro. Ahí y... allí... Cientos.

En procesión, continuó el devastador camino.

Mamen

3 comentarios:

  1. La angustia que provoca este relato me recuerda a la metamorfosis de kafka pero sin el absurdo kafkiano sino con un motivo cruel entre los más crueles. Creo que me sabes transmitir el horror.

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  2. Uno de los problemas fundamentales de todo escritor es encontrar la propia voz. Creo, Mamen, que en este relato has empezado a encontrar tu voz. Y es buena. Sólo queda seguir trabajando. Salud, Ramón

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  3. Sorprente relato, con un comienzo y un final muy originales, que coinciden haciendo del cuento un círculo perfecto. Muy oportuna la cita inicial.

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