sábado, 16 de enero de 2010

“Sólo un paso”


Era verano y el intenso calor hacía más insoportable, si cabe, el infierno en el que vivía. Delante de una botella de puro alcohol hice planes. Saltar la doble alambrada no era fácil. Que los guardias no me detuvieran, casi imposible. La duda, sobre intentarlo o no, me asaltaba, cuando se presentó él como una aparición. No te esperaba hoy -le dije. En silencio me observaba como bebía un trago tras otro; al fin, le oí decir: “Sólo un paso”.
Sí, del infierno al cielo sólo un paso –seguí yo: una alta y doble alambrada, ancha y espesa, de espinas afiladas que relucen como centellas en la noche, custodiada por cientos de demonios que no quieren que abandones tu alma del averno.
- Te ayudaré, no temas, me interrumpió mi amigo. Mañana a las cinco de la madrugada espérame escondido a unos metros de ella.
- Está bien, confío en ti. A este lado no tengo nada, al otro me queda la esperanza de conseguir algo más que la locura ¿Qué puedo perder? Allí estaré -concluí.
Dicho esto, mi amigo se esfumó.
Yo seguí bebiendo aquél vino de noventa y seis grados, que me abrasaba la garganta y diluía mi desesperación, con la firme idea de huir de mi condena.
Llegado el momento, cogí impulso y di un gran salto, entonces, extendí los brazos y las manos y me agarré con fuerza a sus pies como acordamos, cuando sobrevolábamos la primera barrera, los guardianes de aquel maldito infierno nos descubrieron y empezaron a ametrallarnos con sus mangueras balas de agua a toda presión. Mis manos resbalaban de sus pies, a él le pesaban cada vez más las alas, que empapadas e incapaces de sostenernos, hizo que cayésemos arrastrados uno del otro a las llamas que asomaban entre los dos muros de alambre. Mientras los demonios se ocupaban de mí, él escapó como una exhalación...
... En la habitación de la enfermería, cercado por rejas candentes, mi fiel amigo me visita a diario y, en silencio, le veo cómo me observa mientras bebo unos tragos de la botella de alcohol si esquivo los ojos del tridente. Luego, urdimos la manera de intentarlo de nuevo, cuando yo me recupere de las quemaduras y él, mi ángel de la guarda, termine de secar sus benditas alas. Quizás en otoño...


Mamen

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