miércoles, 23 de diciembre de 2009

El terremoto


El oído humano prácticamente es sordo, cualquier especie animal lo supera en ese sentido. Ocurrió una noche que Frank dormía y sus ojos se abrieron de golpe. Pero, ¿y sus oídos? ¿Dónde estaban sus oídos cuando los de su perro -Ron- hacía media hora que le habían hecho poner pies en polvorosa, y se situaba alerta bajo la viga maestra de la puerta del baño?: el sitio más seguro de la casa.
Pero Frank... Frank, mientras, gozaba del placer que le proporcionaba una señorita confundiendo el crujir de los cimientos con el sonido burbujeante de un jacuzzi, inmerso en las etéreas fantasías que para los tímidos como él solo se hacen patentes en ciertas fases del sueño. Y, que en su caso, creyó que cobraban realidad cuando empezó a vibrar el lecho donde yacía semiinconsciente y babeante. Aún se tuvo que caer la lámpara del techo entre sus pies y quebrarse sin cautela las patas del somier para que Frank creyéndose en el clímax, abriese los ojos de golpe al sentir el golpe de su cuerpo contra el suelo. Entonces gritó: ¡Ron! ¡Ron! Más que para auxiliarle, pidiéndole auxilio. Ron respondió: ¡¡guau!!! Así, Frank, guiado por el consiguiente guau corrió tambaleándose y a trompicones hacia el baño con la idea de llegar antes de que por una debilidad estructural fuese transferido al piso de abajo, más que nada porque no eran horas de molestar a la vecina.
Ron, con las orejas erguidas, no se movió. Frank no llegó a tiempo de reunirse con su amo, y de esa manera tan azarosa cayó en la cama de la señorita e hizo realidad su fantasía.

Mamen

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